En una casa del sur de Buenos Aires, donde nunca entraba la luz del sol ni el aire, poetas obsoletos se juntaban religiosamente todas las semanas. Espectrales imágenes se vislumbraban de vestigios ambiguos que se estampaban en la amplia sala fria y desolada, carente de flores, plantas y mascotas, de retratos del pasado y del presente sentenciando inexorablemente la presencia del futuro que espantaba. Entre la humedad, el polvo y las telarañas que tejían sus mentes macabras con cizaña, siniestros relatos se escuchaban, de crímenes, drogas y prontuarios de causas archivadas, de monstruos con tres ojos y dos cuernos y rituales satánicos relatados con minucioso denuedo como si alguna vez participaran en sacrificios sacrílegos de almas. Eran como sombras fantasmales, no tenían color, eran sepulcrales, tal vez querían arrastrar al infierno en que vivían porque sus lúgubres figuras definían la atrocidad que sus relatos encerraban. La victoria ajena, los ofendía, por eso emanaban un nauseabundo olor porque sus tendencias egoístas en ellos nacían y en ello se pudrían. Uno de los monstruos vociferaba que su prestigio lo ganaba por los secretos que sabía y que callaba ... Pobre! No sabía el mayor de los secretos que yo de lejos observaba. Eran personas en apariencia, en apariencia digo porque por dentro, no tenían alma!...
Edith Fernández Caruso Buenos Aires - Argentina Derechos reservados